lunes, 14 de octubre de 2019

Ciencia ficción y videojuegos: El estado del arte



El término ciencia ficción, originario del siglo XX, cubre una amalgama de obras de diversas temáticas. Desde la convivencia entre seres humanos y alienígenas, además de las implicancias de estas relaciones por la falta de connivencia mutua, hasta la conclusión futurista de que a raíz del progreso científico la vida interior sería anulada. A partir de todo esto subyace la siguiente pregunta: “¿De qué modo podemos crear aperturas hacia otras formas de ver el mundo? La ciencia ficción se propone resolver esta cuestión.

Debido a la conclusión precedente, consideré que tratar sobre la relación entre los videojuegos (ciencia ficción) y el arte no sería una tentativa fútil. Después de todo, los videojuegos -dado su amplitud temática- son la máxima expresión de la esencia futurista: La figuración de mundos posibles que dan pie a otros modos de ser.
Definir si los videojuegos son arte o no, es un tema sobre el que suele ser complicado trazar conclusiones, ya que para establecer una definición colectiva de arte es necesaria la interiorización de valores estéticos. Aquellos que acabarían comprometiéndose con una disposición sobre las repercusiones del arte en la vida (política)
La discusión de por sí es compleja, aunque a veces pareciera resuelta debido a que existen suficientes puntos de vista y matices estéticos desde donde considerarlos, como mínimo, con capacidad para desarrollarse como cualquier disciplina artística.
El problema pasa por una cuestión categórica. Los videojuegos cumplen, de base, con casi todos los códigos que exigen los sistemas artísticos modernos: La constitución de obras que se abstraen de la
simple redirección a la autoría; ser producidos con relación a un contexto y por ello llevar cargas y estéticas afines a las personas que viven/consumen hablar de sentido que se le encuentra determinadas expresiones de la vida humana y, sobretodo, ser una manifestación de sensibilidades.
Esto último es crucial ya que el arte se define por su capacidad de ser la transformación de una subjetividad en objetos estéticos, ya sean exteriores (pinturas, esculturas, etc.) o interiores (música, poesía, etc.) y no de cuestiones más directivas (la narrativa, por ejemplo, es una de sus posibilidades, mas no es la única).
De ahí que los videojuegos se abstraigan dado que, como tal, no cuentan con esencialismos que nos digan nada de la condición humana. Del mismo modo que la poesía, la literatura y los manuales de cocina parte de una raíz común (la escritura), aunque al tercer ejemplo difícilmente tildaríamos de artístico.
Se habla de los videojuegos más como una comunión de todas las manifestaciones de la interactividad virtual aplicada a productos digitales, y ahí está el error. Del mismo modo que la interactividad virtual puede usarse para plantear nuevas opciones de trabajo en la venta de casa o arquitectura, se ha redirigido la expresión estética a una mera manifestación de sus infinitas reproducciones (los videojuegos como una serie de archivos que a través del intercambio monetario pasan a ser una agencia particular, y no definiéndose por la interacción de uno con la obra)
De lo último se puede hablar sobre la continua visión acerca de la pureza, en este medio o en cualquier otro, cosa que me resulta un tanto burda. Tras las revoluciones vanguardistas y el modo en que se relacionan los videojuegos con nuestro contexto, cada vez más interdisciplinario y propicio a estimular desde más fundamentos que “lo definitorio de cada medio en particular”, es más propicio sumarse en un deseo de evolución critica de las posibilidades del videojuego, en lugar de cultivar en terreno baldío (son un ejemplo de este último punto las cuestiones sobre cómo y para qué se establece el mundo en que esa obra habita).
Quizás toda expresión estética contemporánea está comprometida a servir a la burguesía; su propia cualidad de producto mercantilizado levanta este distanciamiento que impide a través del arte ser artífice del cambio, acabando por ser una distracción. Si bien, en cierto sentido, los videojuegos terminan siendo un llamado a la reflexión a nivel particular, en última instancia pasan a ser un telón capitalista que sirve para tapar la explosión a los verdaderos horrores del mundo, proceso que también vivencian los medios de comunicación. Si bien el arte no puede comunicarnos la verdad (¿historica?) del mundo; no puede ser un espacio de deseabilidad que va más allá de la manifestación aislada; difícilmente se puede pensar en este fuera de términos recreativos o, en la conclusión arbitraria de estas potencialidades, como elitismo del más asqueroso.
Los videojuegos no solo suponen continuidad histórica para el desarrollo teórico y estético del arte en el último siglo, sino que acaban por inscribirse como la mayor expresión de todas sus facetas actuales (tanto las mejores como las peores). Quizás en el futuro prescindamos de pedirle a toda obra artística novedosa una justificación de su existencia, por ahora no deja de ser más que una figuración.

Michel Anthony Manga                   

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